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Pero si yo no te toco!—se asombró Jacobo—.

Si crees que yo...

¡Claro que no te atreverás a tocarme!—dijo Malva.

Y lo dijo en un tono tan desdeñoso para él, que Jacobo se sintió ofendido como hombre y como macho. Obedeciendo a un impulso casi de hostilidad, y con los ojos brillantes:

—¿De veras?—exclamó acercándose a ella.

¿Crees que no me atreveré?

—Olaro que no te atreverás!

—iY si me atreviese?

—¡Inténtalo si eres hombre!

—¿Qué me pasaría?

—Yo te daría un puñetazo en la nuca y te haria caer al agua.

—¡A que no!

—¡Anda, tócame si eres hombre!

El mozo le dirigió a Malva una mirada toda fuego, y de pronto la estrechó fuertemente entre sus recios brazos, oprimiéndole con rudeza el pecho y la espalda. El contacto con aquel cuerpo cálido y fuerte inflamó todo su ser y puso un nudo en su garganta.

—¡Anda, pégame!

¡Déjame, Jacobo!—dijo ella tranquilamente, esforzándose en desembarazarse de sus manos trémulas.

—No querías darme un puñetazo en la muca ?

—¡ Déjame, o te la ganarás!