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¡Qué miedo!... ¡Vaya una mujer! ¡Una verdaGera frambuesa!

Se apretó contra ella y empezó a besar su mejilla sonrosada con sus gruesos labios.

Ella prorrumpió en una risa provocativa, asió fuertemente las manos de Jacobo, y de pronto, se lanzó hacía delante con un movimiento brusco de todo su cuerpo. Uno en brazos del otro, formando una masa pesada, cayeron ambos al mar y desaparecieron en medio de un remolino de espuma.

Después emergieron del agua, la cabeza mojada y el rostro asustado de Jacobo, y, muy cerca, Malva, a manera de una gaviota.

Jacobo, manoteando desesperadamente y agitando el agua en torno suyo, aullaba y gruñía, mientras Malva nadaba a su alrededor, riendo a carcajadas, y le tiraba puñados de agua salada a los jos, sumergiéndose de vez en cuando para que las zarpas de Jacobo no la alcanzasen.

—¡Diablo!—gritaba el mozo, jadeando—. ¡Voy a ahogarme! ¡Basta! ¡En serio, voy a ahogarme!...

El agua está tan... amarga... ¡Dios mio, que me ahogo!

Malva le había abandonado, y, nadando como un hombre, se dirigía a la costa. Cuando llegó, trepó hábilmente a la cubierta de la barca, y, de pie en la popa, se puso a mirar, burlonamente, cómo se acercaba Jacobo a toda prisa. La ropa mojada y pegada a su cuerpo dibujaba todas sus líneas desde las rodillas hasta los hombros. Jacobo, llegando al lado de la barca, y asiéndose a ella, fijó los