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De todo lo que es feo hay mucho en el mundo dijo Malva riendo y escurriendo el agua de sus cabellos—. Por ejemplo, los sinvergüenzas como tú, ¡cuánto abundan, Dios mío!

Sus cabellos eran negros, no demasiado largos, pero espesos y rizosos.

—Por eso tú has elegido un viejo—replicó con una sonrisa irónica Jacobo, dándole un empujoncito a Malva.

—Hay viejos que valen más que los jóvenes.

¡Sí, pero... si el padre es bueno, el hijo es aún mejor!

—Oye, oye! ¿Quién te ha enseñado a darte tono de ese modo?

—Las muchachas de la aldea solían decirme que no les parecía mal.

—¿Qué saben las muchachas campesinas? Hay que preguntármelo a mí.

—Tú eres una muchacha como las demás. ¿O quizá no eres muchacha?

Ella le miró fijamente. El mozo lanzó una carcajada provocativa. Entonces, Malva, poniéndose seria de pronto, le dijo con voz alterada:

—Lo era, pero hace mucho tiempo ya.

—¿De veras?

Y el mozo se echó a reír de nuevo.

—¡Imbécil! — dijo ella duramente, y volvió la cabeza.

Jacobo experimentó cierta inquietud, y apretando los labios, no contestó.

Durante media hora, uno y tra permanecie-