Otras veces, por el contrario, quisiera hacer girar en torno mío a todos los hombres, como trompos, y mirarlos riendo. Tan pronto tengo lástima de todo el mundo, y principalmente de mí, como les pegaría a todos y después me daría muerte... Una muerte terrible. Tan pronto me aburro, como estoy loca de contenta. Y los hombres que una conoce parecen de madera...
—Sí, todos están podridos—asintió suavemente Serechka. A quien yo no comprendo es a ti; no eres ni gato, ni pez, ni pájaro, y, sin embargo, hay algo en ti de todo eso... No te pareces a las demás mujeres...
—Eso ya es algo—dijo ella riendo.
Sobre las colinas de arena, a la izquierda, apareció la Luna, iluminando sus rostros y el mar con su luz plateade. Grande y dulce, navegaba lentamente por la bóveda azul del cielo, y su resplandor encantado eclipsaba o hacía palidecer el resplandor de las estrellas.
Malva se sonrió.
Algunas veces, sabes?, pienso... que si se prendiera fuego a las barracas por la noche... se armaría un escándalo...
¡Eres tremenda!—exclamó Serechka con entusiasmo.
Y dándole un golpecito en el hombro, añadió:
—Oye..., voy a proponerte un truco muy divertido. Lo jugaremos juntos, ¿quieres?
—Di—contestó ella interesada.
—A ese Jacobito le tienes medio loco...