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que tienen la tierra, a la que se agarran como lapas, mientras que yo... no tengo nada.

—Acaso tú no eres también mujik?—preguntó Malva, que le había escuchado atentamente.

—¡No, yo no soy del campo!—declaró con cierto orgullo Serechka—. Soy de la ciudad de Uglich.

—Y yo soy de Pavlich—dijo ella pensativa.

—No tengo nadie que me ampare, mientras que los campesinos... tienen bastantes protectores. El zemstvo, por ejemplo.

Y qué es el zemstvo?

Yo qué sé! Es para los mujiks... ¡un amparo, vamos! Pero dejemos eso y hablemos de lo nuestro... ¿Quieres jugarles esa mala partida?...

No sucederá nada grave; lo único que harán será deslomarse uno a otro. Yo te ayudaré. Ya que Vasily te ha pegado, es justo que te vengue su hijo.

—Sí, no estaría mal!—sonrió Malva.

Tú sabes lo que gozarás viendo a la gente deslomarse por ti? Te basta decir algunas palabras..., poner en movimiento la lengua.

Serechka le habló largamente y con énfasis del papel envidiable que le estaba reservado a ella en aquel asunto. Hablaba medio en broma, medio en serio, y estaba él mismo entusiasmado con su proyecto.

—¡Dios mío, si yo fuera una mujer guapa!—exclamó, terminando su perorata—. ¡No dejaría títere con cabeza!

Apretándose fuertemente la suya entre las manos, entornó los ojos y calló.