Página:Malva y otros cuentos (1920).pdf/88

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
84
 

cálido que secaba las lágrimas en el rostro de Vasily. Sumido en sus amargas reflexiones de arrepentimiento, el guarda permaneció allí hasta que, ya cerca del amanecer, le rindió el sueño.

Al día siguiente de la riña con su padre, Jacobo, con un grupo de obreros, se fué, en una barca remolcada por un vapor, a una bahía distante treinta verstas, a la pesca del esturión. Volvió cinco días después, solo, en un bote de vela: le habían enviado a buscar víveres.

Llegó hacia el mediodía, cuando los obreros, después de almorzar, descansaban. El calor era insoportable; la arena, caliente, quemaba los pies, en los que, además, punzaban las espinas y la ecama de los pescados. Jacobo caminaba lentamente en dirección a las barracas, y sentía no haberse puesto las botas. No se decidía a volver a la lancha para ponérselas: tenía hambre y quería ver a Malva.

Durante los días aburridos que acababa de pasar en el mar, había pensado en ella con frecuencia. A la sazón ardía en deseos de saber si había visto a su padre y qué le había dicho éste. ¿Acaso le habría pegado? No estaría mal: así se haría más juiciosa. Era demasiado soberbia y difícil.

En torno, todo estaba tranquilo y desierto. Las ventanas de las barracas se hallaban abiertas, y las grandes cajas de madera parecía que también tenían calor. En el despacho del capataz, perdido