Insensiblemente, los gustos y los sentimientos fueron relajándose en ella. Y sus ideas sobre el bien, lo humano, y lo justo, fueron estraviándose a la par, en el laberinto de subversiones morales, que brotaba del nuevo orden de cosas, cuyo movimiento imprimió la mano de su padre.
El odio a semejantes suyos, era la oración con que cerraba sus ojos, y la alborada con que los abría.
Los padecimientos de ellos, sus afrentas, su muerte, referidos bajo aspectos horribles y repugnantes, era la crónica diurna que la entretenía en su casa.
Mujeres energúmenas, con alma y boca prostituidas, que, para escarnio del sexo, aparecen en los pueblos cuando el volcán de las revoluciones arroja su lava inflamada sobre la sociedad, invadieron al mismo tiempo la casa y la amistad de Manuela.
Formaron en derredor de ella una