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No se me olvidarán jamás los apellidos Garrigós, Ferré, Vera y Ereñú: ningún obstáculo había, que no venciesen por la patria. Ya seríamos felices, si tan buenas disposiciones no las hubiese trastornado un Gobierno inerme, que no ha sabido premiar la virtud, y ha dejado impune los delitos. Estoy escribiendo, cuando estos mismos Ereñú, sé que han batido á Holemberg.

Para asegurar el partido de la revolución en el Arroyo de la China, y demás pueblos de la costa occidental del Uruguay, nombré comandante de aquella, al doctor don José Diaz Vélez, y lo mandé auxiliado con una compañía de la mejor tropa de caballería de la Patria, que mandaba el capitán don Diego Gonzalez Balcarce.

Entretanto, arreglaba las cuatro divisiones que formé del ejército, destinando á cada una, una pieza de artillería y municiones, dándoles las instrucciones á los jefes, para su buena y exacta dirección, é inspirando la disciplina y subordinación á la tropa, y particularmente la última calidad, de que carecía absolutamente la más disciplinada, que era la de Buenos Aires, pues el Jefe de las armas, que era don Cornelio Saavedra, no sabía lo que era milicia, y así creyó que el soldado sería mejor, dejándole hacer su gusto.

Felizmente no encontré repugnancia, y los oficiales me ayudaron, á establecer el orden de un modo admirable, á tal término, que logré que no hubiese la más mínima queja de los vecinos del tránsito, ni pueblos donde hizo alto el ejército, ni alguna de sus divisiones. Confieso que esto me aseguraba un buen éxito, aún en el más terrible contraste.

Dieron principio á salir á últimos de Octubre, con