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recurso, y sin otra subsistencia que el ganado que llevábamos; las caballadas eran del Paraná y su jurisdicción, que nos habían sido dadas por la patria,[1]y las conducía don Francisco Aldao, gratuitamente.

Llegamos al río Corrientes, al paso ya referido, y solo encontramos dos muy malas canoas, que nos habian de servir de balsa para pasar la tropa, artillería y municiones; felizmente la mayor parte de la gente sabía nadar y hacer uso de lo que llamamos pelota, y aún así, tuvimos dos ahogados, y algunas municiones perdidas, por la falta de la balsa. Tardamos tres dias en este paso, no obstante la mayor actividad y diligencia, y el gran trabajo dé los nadadores, que pasaron lama-yor parte de las carretas, dando vuelcos. El río tendría una cuadra de ancho, y lo más de él á nado.

Por la primera vez, se me presentaron algunos vecinos de Corrientes, y entre ellos, el muy benemérito don Ángel Fernandez Blanco, á quién la patria debe grandes servicios, y un viejo honrado, don Eugenio Nuñez Serrano, que se tomó la molestia de acompañarme á toda la expedición, sufriendo todos los trabajos de ella, sin otro interés que el de la causa de la patria.

El Teniente Gobernador me escribió, haciéndome mil ofertas de ganados y caballos; aquellos me alcanzaron,

  1. De poco se admira el general Belgrano. No recuerdo que en las primeras expediciones al Interior, se comprase jamás un caballo, disponiéndose de todos, sin distinción, pero no era esto lo peor, si no el desorden, el desperdicio y la destrucción, sin mayor utilidad pública.