Página:Mendoza Carcel mujeres.djvu/10

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ANGÉLICA MENDOZA

La fila de mujeres se ha desparramado en un recinto con mesas y bancos alineados. Sentadas me miran en- trar y en su bisbiseo, distingo: “¡Es pajuerana !”

Una cara, nó, una mascarilla en donde la pasividad ha impreso ya el sello de lo ido, me mira curiosa. Es una monja, suave, silenciosa. En voz baja, me pregunta:

—“¿ Y usted, que hace aquí?”

Todas las mujeres callan. Siento la tensión del si- lencio y la angustia me hace una mala pasada.

—“Orden Político me envía. Soy comunista y maes- tra.

Un rumor acompaña mis palabras. Ellas, comentan y me espían curiosas.

—“Suba al dormitorio y descanse”. — Es la voz tran- quila de la monja la que ordena.

Y he subido por una escalera que huele a mugre y abandono. Unas viejas me ven pasar, mientras toman su café. Arriba encuentro un galpón grande, frio, con camas alineadas como un hospital.

Una de las mujeres ha subido para acompañarme.

—“¡Una nueva, Carmen! Dice la madre San Paulo que la deje descansar !”

—“¡ Eso es; la madre San Paulo, no sabe, acaso, que de día nadie puede entrar aquí!”

Y la voz nasal de gallega me clava en el piso. Me echo de bruces en un banco y la mujer que coloca flores a los santos, me mira. Veo su nariz sucia de rapé y sus ojos batracios. Y se me ocurre que todo esto es un enor- me prostíbulo y el llanto de mi flaqueza, de mi soledad, de mi aniquilamiento físico, estalla...

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