CÁRCEL DE MUJERES
su paño de lágrimas. Los jóvenes que empiezan a co- nocer el amor en ellas, se sienten héroes y procu- ran redimirlas sacrificándose al desprecio de su propia moral. Ante esta apreciación general, la prostituta apa- rece como la víctima inocente, como el instrumento maldito de un destino que la condena por el camino espinoso de la mala vida.
Es necesario, bien es cierto, reconocer que en toda esa creación subjetiva, hay otros hondos, dolorosos y humanos problemas, que no se refieren a la prostituta, sino a los mismos hombres que la dignifican. Es posi- ble que en el fondo no sea más que la dignificación, del primer amor que la culta y moral sociedad burguesa le depara al adolescente.
El pensamiento anárquico está pleno de esa imagen de la ramera. Ha sido fuente fecunda de sus expansio- nes líricas y a través de la exaltada visión de los soña- dores ha llegado a significar el modelo perfecto del su- frimiento e infelicidad humana.
La literatura criolla abunda en esa figura doliente y ensoñada.
En toda esa creación sentimental, falta la visión ob jetiva, concreta e histórica de su valor.
Frente a ese clima de exaltación idealista, surge el desprecio de la clase burguesa. Para ella la prostituta es un instrumento de placer, el cual después de usado puede ser arrojado al río, a ver cómo se ahoga, o del automóvil a ver, cómo “revienta”. Se la embriaga con alcohol, se la alucina con estupefacientes, nada más qué como mo- tivo perverso de entretenimiento. Aquel Mr. de Pho-
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