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ANGÉLICA MENDOZA

cas de Jean Lorrain, que gozaba quemando la piel de las rameras con el cigarrillo, no es único en la historia.

En manos de la burguesía, la mujer de la vida es una cosa, no un ser; un instrumento, no una vida.

Contribuye con su mantenimiento a dar prestigio eco- nómico al que la sustenta, y con su conquista, al don- juanismo lastimoso de la moral burguesa masculina.

En ese ambiente la prostituta carece del marco idea- lizador; está en el otro extremo de la valoración, en el del desprecio.

Para esa clase y esa moral la prostituta siempre lo ha sido tal y si lo es, es porque le gusta. Es un camino libremente elegido v al que recorre con satisfacción de miseria humana. Esa concepción está adosada con ele- mentos religiosos. Para una dama bien, la “perdida”, es un ser que vive en el pecado. Naturalmente que en ésto Adán no cuenta para nada.

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