ANGÉLICA MENDOZA
la prostitución. se consideraba institución. Los lupana- res de Pompeya y Roma, encerraron mujeres que in- fluyeron en la vida política de la República y el Imperio y las mismas emperatrices compartieron el destino de las prostitutas: Mesalina, Popea. En Grecia, así como la mujer casada, llena de prohibiciones, vulgar y sin cultura, se aburría hilando en el gineceo, la prostituta, la hetaira, absorbía los mejores momentos de la vida del ciudadano. La Aspasia de Pericles, no fué un mito, sino una hetaira de carne y hueso. Pero en esas formas sociales, la prostituta surge como tal, ante la decanden- cia de lo que fué, el hetairismo.
En esa breve revista constatamos, pues, la presencia de las prostitutas y de la unión monogámica exclusiva, a costa de la mujer. ¿Pero sobre qué descansa esa rea- lidad? Sobre el derecho masculino, sobre el derecho pa- triarcal, que pone sus pies firmemente en la propiedad privada.
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