ANGÉLICA MENDOZA
Nunca se llaman a sí mismas “ladronas”; ni permi- ten que se les diga. A veces en un rapto de orgullo, cuando son ofendidas por las otras se ierguen y gritan:
—“¡Ladronas sí; pero nó putas!”
Y hay en el gesto la misma repulsa que siente la honesta y pacífica señora burguesa, cuando se refiere a las “mujeres del arroyo”. Estas conceden en cambio una cierta jerarquía a las mecheras. Tal vez las admi- ren. Pero lo que es evidente es que las aprecian más que a las “locas Comunistas” que andan por la calle junto con los hombres gritando. “Esto es desmorali- zador”. -
Hay un tipo curioso de ladrona que intenta justifi- car ideólogicamente su actividad. Una valenciana de- cía que empezó a robar cuando tenía 7 años y solo para llevar comida para navidad a los presos de la cár- cel. Otras arguyen, que habiendo tanta riqueza dete- nida, es conveniente repartirla aunque sea a la fuerza.
Una vez preguntaron por la suerte que en Rusia ha- bían tenido las prostitutas y las ladronas. Cuando su- pieron que se las obligó a trabajar en jornadas constan- tes, murmuraron:
—“¡ Estos rusos, no dejan jamás tranquilo a nadie!”
Cerrando la marcha y mirando zurdamente, con un crío en brazos y otros a pie, entra la pordiosera.
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