CÁRCEL DE MUJERES
Una férvida alegría me hace ahora contemporizar con la visión sórdida y la mezquina cuadratura del patio.
Nos hemos sentado después del almuerzo a gozar de la luz.
Platicamos un rato y hacemos comentarios de las peripecias de la detención.
Comisarios de sainete, jefes de orden social que razonaban así: —“¡No te da vergienza a vos que sos argentina, andar con esas rusas roñosas!”
Luego Rebeca murmura con ternura:
—“¡Qué hará mi piba en este momento!...
—““¿Se aflige compañera por su detención?”
—“Oh, no! ¡De ninguna manera! Fuí al mitin de- jándole encargada la nena a mamá, suponiendo de antemano que estos perros nos iban a asaltar.
—“¡ Pero asi nomás no nos detuvieron! ¡Los hi- cimos correr y le dimos una buena!
—“A mí — continúa Rebeca — me pasó un caso interesante, El vigilante que me detuvo, para alcan- zar a otros, me dejó encomendada a un conscripto. Yo le dije a éste: —“¡No te da vergiienza que sien- do proletario, hagás de perro!” Entonces me soltó rápido, pero un legionario me alcanzó y me entregó detenida.”
es 67