ANGÉLICA MENDOZA
Se conversa sobre el régimen del asilo. Promiscui- dad, falta de higiene, inocuidad de la reclusión por ausencia de un sistema de trabajo que utilice la ac- tividad de las mujeres; aplicación de castigos torpes que no causan más consecuencias que las de irritar; religiosidad inútil y un maridaje monstruoso entre la práctica de la “profesión” de las prostitutas y la práctica del rito como protección contra la policía y ayuda en la ganancia.
—“Miren compañeras — ha dicho Encarnación. -— Yo las voy a prevenir sobre la vida en el asilo. No es cuestión de aislarse y despreciar a las demás recluí- das. Aquí todas somos iguales.”
Entonces Rebeca ha dicho:
--“Un momento. No somos iguales. Nosotras so- mos obreras y comunistas y éstas, prostitutas y bur- guesas.”
—“Pero la prostituta es explotada y envilecida; por eso su lugar está al lado del proletariado porque es el que va a liberarla”.
—Es cierto. Pero hay una diferencia y es que el obrero tiene conciencia de que produce y lo explotan, de que es la médula social y quiere liberarse, se or- ganiza y lucha. En cambio, estas mujeres, no se creen envilecidas y hacen pagar al hombre que las necesita, explotándolo en su apetito. La prostituta cobra, por algo que no debe tener precio.
—Pero la burguesía, las persigue, las insulta: or- ganiza su “caza” día y noche y después las encierra.
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