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CÁRCEL DE MUJERES

—*“¡ Pobre!”

Y casi estoy por gritar. La I.uisa ha dejado de comer y me tiende su conmiscración.

Y yo no sé si reírme o agradecer a Orden Político es- ta formidable lección de humanidad.

Salgo con permiso de la religiosa al patio. Me siento frente a la gruta y evado mi pensamiento de la realidad que me cerca. ¡Es maravilloso divagar sobre la sinfo- nía pulcra de los verdes de las begonias, de las madre- selvas y las siemprevivas!

Me parece que la vida es un torrente que fluye manso y siento la reconfortante tonicidad que me viene del color, de la sonoridad y la tibieza del mediodía.

Alguien me pone una naranja en la falda. Encarna- ción me mira y sus ojos parecen reprochar.

—*¡ Compañera, en la lucha, nos esperan cosas más amargas!”

“Talvez... No acepto el sufrimiento por él mismo, sino cuando es la medida de nuestra eficacia en la lucha. Cuando es fecundo, cuando rinde. frente al porvenir.”

La madre San Paulo ha resuelto que lea la vida de María de Mágdala. Fle lcido una hora y media. En tan- to las mujeres sentadas, echadas en el piso, charlan. Algunas escuchan.

A veces me detengo al sentir mi voz, mi voz de con- tralto acostumbrada a comentar consignas revoluciona- rias o a exponer la rigurosa dialéctica del pensar fi- losófico y que en la siesta prostibularia del Asilo, narra

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