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CÁRCEL DE MUJERES

—“No creemos en Dios, madre”.

—“¡ Pero no importa! Aunque no sea creyente la vir- gen lo mismo la va escuchar. ¡ Yo hago en su nombre la Novena, pero usted, me acompaña a la Capilla, y con ésto basta !”

Naturalmente que con éso basta. Sonriente hemos rechazado; pero sospechamos que es un motivo más que tendrán en cuenta estas dignas guardianas.

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En otros momentos tuvimos oportunidad de palpar lo edificante, humana y profunda ética cristiana. La madre Superiora, la que entona las saetas cuando las prostitutas cantan el Tantum Ergo, ha resuelto tras- poner el límite que media del Claustro virginal al patio prostibulario. Lo hace armada de medallas y estampi- tas.

Hay revoleo en el mujerío.

—“¡A mí, a mí madrecita! El niño Jesús pa que me proteja.”

—“¡Su Caridad, no me olvide! ¡A mí la estampa de nuestro Señor!”

La Superiora sonríe plácida.

Separadas miran la escena las camaradas comunistas.

La Reverenda Madre Superiora, halagada por el re- cibimiento que le ha hecho el hampa femenina, se acerca a las detenidas sociales y les regala una medalla. Todas rechazan.

Hay una santa indignación que estalla.

— “¡Siquiera aquéllas otras creen en Dios!”

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