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pena que açotassen al que le preguntava y desterrassen al que lo dixesse. El fin por que los antiguos hizieron estas leyes fué para quitar a los hombres el vicio de la curiosidad, es a saber, el querer saber las vidas agenas y no hazer caso de las suyas propias, como sea (1) verdad que ninguno tenga su vida tan corregida que no aya en ella qué enmendar y aun qué castiger. Lo más en que ocupan los hombres el tiempo es en preguntar y pesquisar qué hazen sus vezinos, en qué entienden (2), de qué viven, con quién tratan, a dó van, a dó entran y aun en qué piensan; porque, no contentos de lo preguntar, lo presumen de adevinar. Veréis a unos hombres tan determinados, o por mejor dezir tan desalmados, que juran y perjuran que Fulano tiene pendencias con Fulana, y que éste quiere mal a aquél, y aquél tiene hecha confederación con el otro; y si le conjuran a que diga cómo lo sabe, responde que él saber no lo sabe, mas de que muy cierto lo presume; porque el cielo se puede caer, y que su coraçón a él no le puede engañar. Loan y nunca acaban de loar Plutarco y Aulo Gelio y Plinio al buen romano Marco Porcio de que jamás hombre le oyó preguntar qué nuevas havia en Roma, ni de cómo bivía cada uno en su casa, sino que solamente hablava en lo que toca va al bien de la República y respondía a lo que alguno le dezía. El divino Platón, escriviendo a Dionisio Siracusano dize assi: «Homo curiosus hos(1) Como sea: alendo.

(2) Entender: ocuparse.