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mismo enagenado. El poeta Ovidio cuenta de la muy enamorada Filis la Rodana que de sí misma y no de otro se quexaba quando dezía: Remigiunque dedi quo me jugiturus abires; heu patior tellis vulnera facta meis. Como si más claro dixera:

O Demofón amigo y enamorado mío!, si yo no empleara mi coraçón en te amar, ni diera dineros para te ir, ni aparejara naos para tú navegar, ni capitulara con los cossarios para te assegurar, ni tú te ossaras ir, ni yo tuviera de qué me quexar:

por manera que con mis propias armas fueron mis entrañas heridas. Si creemos a Josefo en lo que dize de Mariana, y a Homero en lo que dize de Elena, y a Plutarco en lo que dize de Cleopatra, y a Marón en lo que dize de la reina Dide, y a Teofrasto en lo que dize de Policena, ya Xantipo en lo que dize de Camila, y a Asenario en lo que dize de Clodra, no se quexaban tanto aquellas excelentes princesas de las burlas que sus enamorados les avían hecho quanto de sí mismas por lo que les avían creído y aun consentido. Si a Suetonio y Xantipo y Plutarco damos fe en lo que cuentan del gran Pompe yo y del rey Pirro y del famoso Aníbal y del cónsul Mario y del ditador Sila y del invencible César y del desdichado Marco Antonio, no llevaron tanta lástima deste mundo por a verlos la fortuna tan cruelmente abatido y atropellado quanto por averse en sus prosperidades mal regido y de sí mismo tanto confiado. No es menos sino que algunas vezes los parientes y amigos nos alteran y desassossiegan; mas al fin los grandes tra-