raria sobre las ruinas del clasicismo antiguo, y el aplauso de la multitud, desde Moscow á las playas de Rota, proclama el imperio de la inteligencia y los triunfos del mérito personal.
Gayarre no es sólo á mis ojos el artista sin rival, el cantante que transporta al espectador interpretando las divinas notas de los grandes maestros. Gayarre es el siglo XIX paseando triunfante por Europa; es el herrero del Roncal, que conmueve á los reyes y admira á los pueblos; es la manifestación práctica de este siglo artístico, industrial, comercial, científico y expresión del progreso que todo lo domina; es el pueblo coronado, la humildad en triunfo, el arte sobre todo, el mérito individual sobre la dominación tradicional de lo antiguo.
El sábado, á las ocho de la mañana, me despertó una voz conocida.
¡Y qué voz!
La primera del mundo, como usted y yo hemos dicho mil veces, mi querido Isidoro.
Era la de Julián Gayarre, el cual, como de costumbre, se detenía veinticuatro horas para que las pasáramos juntos.