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106 EL PADRINO

vida y que, olvidando todos los agravios que él la infiriera, le prodigaba exquisitos cuida- dos y aún una ternura compasiva que no te- nía derecho á esperar.

Real comprendía recién á su esposa y se decía que á costa de muy pocos esfuerzos hubiera ganado aquella alma inocente y buena, rodeándola de ternura y delicadeza, en vez de atormentarla á la vez con una pa- sión grosera y con los más crueles trata- mientos,

Un gran arrepentimiento, mezclado de ter- nura, iba abriéndose paso en el corazón de don Pedro y recibía con gratitud confusa los cuidados de Margarita, á la que sin embargo solía aún atormentar en sus delirios de en- fermo caprichoso y malo.

Margarita al comprender que su marido se moría no cometió la indignidad de alegrarse; por el contrario rogó á Dios conservara la vida del que la había hecho sufrir tanto pero que al fin era el bienhechor de su familia y el padre de Cecilia.

Fuera del cariño de su hija había renun- ciado á toda esperanza de dicha; la idea de ser libre no la alegraba, y en cuanto á Eduardo era sólo una dulce visión de los primeros años. ¡ Quizás él no fuera libre ya! ¡Quizás en la tierra donde había ido á bus- car olvido á sus dolores, amaba y era amado,