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108 EL PADRINO

abandono en que se hallaba, ya porque ja- más había logrado borrar enteramente de su alma la imagen de Eduardo, su pensamiento voló á él,

Evocó las horas de la infancia, esas horas tranquilas y dulces que son las mejores de la vida, y lo vió compartiendo sus juegos, dócil á sus pequeños caprichos de niña, pronto siempre á renunciar á lo que más le agradaba por complacerla. Después, algo más grave, pero siempre solícito y afectuoso, cuando entraron en la adolescencia, ocultando bajo las apariencias de amistad un senti- miento mucho más. profundo que ella ino- cente é inexperta no había sabido compren- der. Volvió á ver en su menores detalles la escena á la vez peligrosa y dulce en la que Eduardo le reveló su amor, incapaz de resis- tir por más tiempo al peso del secreto que lo ahogaba; pero había sido también en esta ocasión generoso y noble. Haciendo justicia á la honradez de la que amaba no había vuelto á pretender turbar la paz de su cora- zón. Se había impuesto el destierro por de- jarla tranquila y en su carta de despedida (que Margarita tuvo la firmeza de destruir) le prometía y exigía solamente el puro amor de las almas que no puede ser criminal, por- que es como se aman, sin duda, los ángeles en el cielo.