DE CECILIA 109
—¿Qué había sido de Eduardo?.. ¿la ha- bía olvidado? Era lo más probable. ¿Lo cul- paría por eso? ¿Podía pretender acaso que viviera encadenado por un amor imposible? . ¡No! Si le había sido infiel ella lo perdo- naba y no por eso dejaría de quererlo como al único amigo de su infancia y juventud,
De pronto una voz doliente interrumpió sus sueños; era el enfermo que llamaba:
—¡ Margarita!
La joven se estremeció, como si su esposo hubiera podido leer en su pensamiento. Avergonzada de sí misma se apresuró á con- testar:
—|¡ Aquí estoy Pedro!
El la miró un instante con triste ternura y se incorporó trabajosamente; Margarita lo sostuvo arreglándole las almohadas, como hubiera podido hacerlo con un niño. Don Pe- dro la dejó hacer y luego con una voz que no parecía suya, tanto era de tierna y de dulce, murmuró : :
—¡ Cuánto debes aburrirte á mi lado, po- bre Margarita !
— ¡Es posible que puedas pensar eso, Pe- dro!... respondió la joven en cuya alma ge- nerosa penetró como un dardo aquel acento dolorido.
—Es que yo he sido muy malo contigo, pobrecita, y deberías aborrecerme...