DE CECILIA 79
él la retuvo casi groseramente por una mano,
— ¡Déjame ¡ — exclamó ella deponiendo su altivez y ahogada por el llanto --en nombre de nuestra amistad de niños, no me hagas más desgraciada de lo que soy...
Ahj¡-—exclamó él soltándola, avergonzado de su arrebato, pero dirigiendole una mirada tan suplicante que la detuvo. —Eres desgra- ciada...lo confiesas; pues bien yo soy mil veces más desgraciado que tú; yo que desde hace seis años no sé lo que es una hora de dicha, que sufro, al verte, los tormentos de un condenado y que me he preguntado mil veces si no hubiera obrado mejor matándote que permitiendo fueras de otro |
Por dos veces la señora de Real quiso in- terrumpir á Eduardo; pero no lo hizo. A su pesar, aquellas palabras, que tenían tanto de violentas como de apasionadas, resonaban como música dulcísima en sus oídos; y su pobre alma que no había conocido el amor se deleitaba en ellas... Demasiado ingenua para reprimir un amargo reproche qne acu- dió á sus labios, contestó :
— Tú amabas á otra « entonces»... ¿por qué decirme todo eso « ahora » ?
—¿Amar á otra?— dijo Eduardo dejándose arrastrar más y más por el encanto peligroso de aquella situación —¡Nunca! Te lo juro; sólo á tí he querido. Mis amores con Laura