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DE CECILIA 93

encargaré de decírselo para remediar, si es que tiene remedio, la bobería que cometí mandándolo como mensajero. ¿En qué esta- ría yo pensando?. . ¡Nada tiene de extraño que se haya quemado Cecilia !

Margarita se había ido poniendo cada vez más pálida á medida que iba “hablando su esposo; su honradez se reveló ante el ultraje que encerraban aquellas palabras y con voz que, por vez primera, era irritada, desdeñosa y vibrante, dijo:

— Tus viles sospechas no me alcanzan; mi honor y mi conciencia hacen que las despre- cie, como merecen; pero te prohibo que di- gas nada á Eduardo, ¿lo oyes? ¡te lo pro- hibo!

Don Pedro miró á su mujer como si la cre- yera loca, aquello le parecía un sueño: | Margarita levantando la voz en Su presencia, imponiéndole órdenes!...

Pensó si no estaría loco él; pero pronto reaccionó y tomando violentamente á la joven por un brazo gritó, con voz que silbaba al salir de sus labios trémulos por la ira:

—¡ Pero desgraciada !... ¡aún te atreves á desafiarme!... ¡aun te atreves sin temor á que te deshaga entre mis manos!...

Y al decir esto oprimía con tanta fuerza las delicadas muñecas de Margarita que parecía iban á romperse entre sus manos de hierro.