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DE CECILIA 99

y luego se dirigió á la habitación de su hija.

Puedes retirarte Rita — dijo á la criada que estaba al cuidado de la niña —avísale á mamá que acompañe al señor á la mesa; yo voy á almorzar aquí con Cecilia.

La muchacha miró á su señora, de cuyo rostro no habían desaparecido totalmente las huellas del llanto, y pensó que algún disgusto había entre los esposos; pero sin atreverse á decir nada salió para ejecutar las órdenes recibidas.

— ¿Ha estado papá á verte? —preguntó Mar- garita á Cecilia, después de besarla con tier- nísima efusión, como buscando en aquel ca- riño la compensación de sus penas.

— ¡Sí! — contestó la niña.

— ¿Qué te dijo?

— Me besó mucho... mucho... y después me preguntó si mi padrino venía á verme.

Una sonrisa despreciativa se dibujó en los labios de Margarita; la niña continuó:

— Yo le dije que no, porque es muy malo; pero que lo iba á mandar buscar con Rita 6 mejor irás tú á decirle que venga ¿no es ver- dad, mamita?

La señora de Real se estremeció y para variar las ideas de la niña empezó á rela- tarle uno de esos cuentos maravillosos y fan- tásticos que hacen la delicia de los peque- ñuelos y de que todas las madres tienen repertorio inagotable.