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Aquellos paseos fantásticos á caballo; aquellas carreras por el campo solitario, con la profundidad del cielo sobre la tierra y la inmensidad de la pampa bajo el cielo, hirieron vivamente la imaginación de Cárlos. Sentía él algo que llegaba hasta lo más hondo de su pecho, cuando su mirada se hundía en esas dos inmensidades del cielo y de la tierra. Y al volver el rostro hacia su compañera, al mirar sus mejillas rosadas por la fatiga de la carrera, los ojos negros, radiantes, de un brillo que no tiene semejante porque lo da el alma, al recibir de sus labios una palabra ó una sonrisa, sentía Carlos algo más grande todavía, algo que lo fascinaba, que lo atraía, que le producia vértigos, como si asomase la cabeza al borde de un abismo.

El amor de Cárlos hacia su prima creció día á día, Dejó de ser una simpatía para manifestarse como un sentimiento dominador, y de un sentimiento se convirtió en una pasión.

Todos consideraban á Dolores y Cárlos como dos hermanos. Se habían criado juntos, los mismos juegos les habían entretenido en las horas de infancia, tenían casi la misma edad, se encontraban amparados bajo el mismo techo. Por otra parte, los padres de Dolores, cuando llevaron á Cárlos á su lado, se propusieron hacer que el niño infeliz no fuera huérfano, é igualaron el afecto del sobrino al de la hija. Así se explicaba la confianza con que Dolores era entregada á su custodia.

Y justa era, por cierto, esa confianza. Cárlos que-