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ria y respetaba á su prima. Si se había atrevido á mirarla, y á sentir algo de que no fuere el cariño fraternal; si había soñado con ella y pensado que no era una mujer, sinó un ángel envuelto en vestiduras terrenales; nunca había avanzado una palabra que pudiera ruborizar á la niña. Todo ese mundo formado por las aspiraciones y sensibilidades de los veinte años, excitados por la imaginación y la soledad, era en Cárlos un mundo secreto, que no dejaba aparecer al exterior un solo reflejo del fuego en que ardía.

Pero, aquellas pasiones debían estallar algún día, Llegaría el momento en que seria imposible dominarlas, La casualidad, que es la madre de tantos sucesos, les presentaría la ocasión de romper la valla y desbordarse.

Así sucedió. Era una hermosísima tarde, Cárlos y Dolores, después de haber andado durante media hora por los alrededores de las casas, se habían detenido á contemplar el globo rojo é inmenso del sol, que se hundía lentamente detrás de la línea del horizonte. El magnífico espectáculo los había detenido allí, fascinándoles con su grandeza. Todo estaba en reposo, como si la tierra entera asistiese con pesar á aquella despedida del sol. Las reses dispersas parecían clavadas sobre la llanura; el viento había dejado de soplar y no arrastraba ya las hojas secas de los caminos, ni movía las de los ombúes; ni un pájaro batía sus alas en el aire tranquilo: sólo las ranas, en sus palacios escondidos entre las verdes aguas de las lagunas, daban comienzo á sus cantos del crepúsculo.