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III

Existía otra razón poderosa para que Dolores se mostrase indiferente á los amores de su primo, además de la que se ha hecho conocer en el capitulo anterior; y es que en aquel día del paseo, ella estaba enamorada, y no era Cárlos el favorecido por la fortuna.

Los amores de la hermosa criolla eran un secreto. Ni sus padres, ni Cárlos, —nadie los había sospechado. Ella misma los ignoró mucho tiempo, y ya existían,—vagos, informes, sin color, pero adquiriendo poco á poco cierta fijeza, líneas definidas, el tinte rosado de los primeros sueños.

Era José el objeto de aquellos amores; un muchacho de veinticuatro años, sano de cuerpo y alma; alto; ni grueso ni delgado; sosteniendo bien puesta sobre los hombros una hermosa cabeza morena, iluminada por dos ojos pardos, de mirada serena y noble; delgada la nariz; espesa y negra la barba; largo y undoso el cabello; — un tipo gallardo, simpático, atrayente.

Dolores le había visto algunas veces, y experimentaba al encontrarse frente á él una íntima sensación de placer, que se trocaba en melancolía, en tristeza, cuando José se alejaba y pasaban algunos días sin que le viese. No había cambiado jamás una palabra con él. Le veía al pasar, en sus paseos de la tarde. José saludaba respetuosamente, quitándose el som-