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—Lo vamos á saber,— dijo el padre de Dolores, después de algunos segundos de reflexión. —Que traigan el payador!— agregó, dirigiéndose á Cárlos. Cárlos, poniendo en ejecución la orden de su tio y para satisfacer los deseos que manifestaba su prima, se puso en camino de la enramada. Cuando llegó á ella, cesó por un momento el vocerio y le sucedió un apagado murmullo. Un minuto después, los paisanos dejaban la enramada y se dirigían á la casa. Cárlos y el payador marchaban adelante; pero la noche, que había ya caido, no permitia que se viese sinó una sombra que avanzaba, poblando el aire con su bulliciosa algazara.

Cuando los paisanos, siguiendo á Cárlos, llegaron al corrredor, Dolores reconoció entre ellos á José. Cárlos, que le llevaba á su lado, dijo, presentándole á las miradas curiosas de sus tíos y de su prima:«¡Este es el payador!» Y José se adelantó. con aire modesto, saludó, é inclinó suavemente su cabeza de Nazareno, fijando en el suelo una mirada tranquila, pero valiente. Ofreciéronle asiento, le ocupó, y los paisanos lo rodearon. Cuando le pidieron que cantase, se escusó de hacerlo, alegando que no merecía que le oyeran; pero, cediendo á las insistencias de Cárlos y sus tíos, y leyendo una súplica en los ojos de Dolores, tomó la guitarra y empezó á cantar.

Mucha dulzura, mucha pasión, prestaron su voz y su pecho á los tristes y vidalitas, ya dulces y apasionadas, desde que algún desconocido é inspirarlo cantor los entregó á la masa popular, para que espresa-