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se, en esos acentos melancólicos y de una melodía inimitable, todo eso que se siente y la palabra poco cultivada no logra espresar.

Todos le escuchaban con atención; y al finalizar las estrofas, acogían el canto con entusiastas bravos y nutridos aplausos. Dolores, queriendo significar su aprobación de una manera distinta á la de los demás oyentes, desprendió de sus cabellos una rosa encarnada, y se la ofreció al cantor, diciéndole:— «Por lo bien que lo haces!» Todos aplaudieron aquella coronación del triunfo, incluso el padre de Dolores, que presenció con júbilo el arranque generoso de su hija. Cárlos que podría haberse sentido herido por aquella demostración, no experimentó celos; tan merecido le pareció el premio.

Iba José á dejar la guitarra, cuando uno de los paisanos le pidió que improvisase una estrofa á Dolores.—«Sí, que cante á la niña!», dijeron los demás. José pidió permiso para hacerlo, y dijo:

¡Quién fuera la paloma,
paloma blanca,
que allí sobre tu seno
cierra las alas!
Si mi alma fuera,
nunca de allí saldría,
viva ni muerta!

—«¡Bravo! ¡Muy bien! ¡Lindo! ¡Lindo!»— gritaron todos á un tiempo. José se puso de pie, levantándose modestamente, y dejó la guitarra sobre la silla.