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La paloma á que se había referido José era una paloma de acero con que Dolores prendía sobre el pecho un pañuelo que llevaba al cuello. Cuando José se acercó á Dolores para despedirse,—porque era ya hora de que se retiraran,— ésta le dijo, recordando la última estrofa del payador:

—Adiós. No envidie Vd. la suerte de la palomita... Se fastidiaría... Si ésta tuviese alas ¡qué tiempo que habría volado!


IV


Desde aquella noche, la joven y el payador se com­prendieron y se amaron. José se presentaba de tiempo en tiempo en casa de Dolores, y allí era acogido con simpatía. Si su presencia predisponía favorablemente el ánimo de los que lo conocían, su carácter completaba la obra: así fué cómo el padre de Dolores, animado del deseo de protegerle, le tomó á sus órdenes. Una era feliz empezó con aquel día para los enamorados. Fueron algunos meses, que transcurrieron rápidamente, como sucede siempre con los momentos en que, agena al dolor, la vida deja pasar al tiempo sin contar las horas que se van ni las que han de venir.

Pero, llegó el día en que toda aquella felicidad debía concluir. Dolores fué llamada por sus padres para oir algo que era oportuno decirle. Se trataba de llevar á cabo un proyecto por mucho tiempo acari-q