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Hubo una escena de abrazos y de lágrimas, y, pocos momentos después, la iglesia quedaba en silencio y la comitiva se ponía nuevamente en marcha.

Carlos se sentía feliz. Era ya dueño de lo único á que había aspirado allí, en medio de esa vida siempre igual, donde no inquietan al hombre la sed de la gloria y muy poco la de la fortuna. Su cabeza era un caleidoscópio que giraba incesantemente, formando las más caprichosas combinaciones de lineas y de colores. Dolores, si no era feliz, lo hacía creer. Había pronunciado el con entereza: á sus ojos, su sacrificio debía ser completo, para ser meritorio.

Una legua del camino habría hecho la comitiva de regreso á la estancia, cuando el caballo en que montaba Dolores encabritóse y arrancó de pronto en precipitada carrera, lijero como un viento. Los ginetes alarmados se lanzaron tras él para darle alcance y detenerle, describiendo una curva á los costados del camino para cortarle la delantera; pero, el caballo de Dolores que, en el primer ímpetu de su fuga, había avanzado algunas varas, seguía dueño de la ventaja.

La madre de Dolores, acompañada de algunas mujeres, no pudiendo seguir con la comitiva que corría vertiginosamente, seguíala á la distancia, ansiosa de conocer el resultado de aquel incidente que había venido á turbar la amenidad de la cabalgata.

Hubo un momento en que un grito de horror se escapó de tocios los pechos. Dolores habla caido del caballo, quedando con un pié enredado en el estribo.