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las bellas zonas de la accidentada y fértil naturaleza de la vecina República.

No se encuentra allí la dilatada llanura de nuestras pampas, ni esos horizontes inconmensurables donde la vista se pierde sin tener donde posar, como dijo el poeta.

Contémplanse los paisajes de la Suiza, los silenciosos valles, los arroyos tranquilos, en cuyas márgenes crecen las vistosas flores silvestres, la roja margarita, la malva y el trébol de olor, formando un variado y fragante ramo.


El viejo Valentín salió á recibirnos cariñosamente.

—Apéense, comerán un churrasco ó tomarán un mate.

—Gracias!—dijimos, y nos descolgamos del lomo de nuestras cabalgaduras.

Uno de los peones sacó los frenos á los caballos, y obsequió á las pobres bestias con un balde de agua.

Entretanto, seguimos al viejo, que nos condujo á una fresca enramada, risueña como un nido.

Era el comedor del puesto.

No había allí más mueblaje que una mesa de pino, descolorida y coja, y dos bancos del largo de la mesa.

Junto á la enramada, atravesado en un asador é inclinado sobre las brasas, un costillar de cordero, dorado por el fuego, dejaba caer calientes gotas de