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—Es que no puedo, teniente!

—Qué no has de poder! Prepara tu cuchillo y no seas cobarde.

—Usted sabe, teniente, que no soy cobarde, que nunca he escondido el cuero cuando me ha tocarlo pelear.

—Pero, desde hoy te tendré por un cobarde!

—Téngame por lo que quiera, pero yo no degüello.

El teniente comunicó á su jefe superior el desacato del soldado Valentín.

—¡Que lo degüellen á él también, ya que no quiere hacerlo con los prisioneros! Que elija!—fué la respuesta.

—Tienes que resolverte á hacerlo, bajo pena de muerte si resistes,—dijo el teniente á Valentín.

El amor á la propia vida triunfó en el soldado sobre las repulsiones del crimen, y se dispuso á cumplir la orden del superior.

La lucha de sus sentimientos era terrible.

Sentía que sus piernas flaqueaban, que las fuerzas le faltaban, que la vista se le oscurecía.

Vacilando asi, llegó al sitio en que debían ser ejecutados los prisioneros.

Se acercó al que le designaron, sacó lentamente el cuchillo de la cintura, miró al infeliz que iba á perecer á sus manos, y cerrando los ojos, consumó el acto bárbaro, arrojando léjos de si el cuchillo manchado en sangre.

Dió dos pasos, y rodó por el suelo como un cuerpo muerto.