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pués se halló en la pieza contigua al dormitorio del niño.

Grande sorpresa causó á la paisana oir una voz que cantaba, con maternal dulzura, una de esas canciones á cuyo arrullo se duermen los niños.

Asomó la cabeza y vió una mujer joven, hermosa, bien vestida, que, de pie junto á la cuna del niño, la mecía suavemente, con una de sus manos, mientras con la otra cuidaba de arreglar bien las cobijas.

La paisana no se atrevió á entrar.

Muda, estupefacta, con los ojos saltados por la curiosidad y la intriga, permanecía asomando apenas la cabeza por la puerta del dormitorio, sin saber qué partido tomar.

Nunca había oido cantar con tanta dulzura, ni decir cosas tan bellas como las que los labios de la misteriosa mujer decían.

Pero su asombro se transformó en espanto, cuando vió que la elegante dama se acercaba á la frente del niño para besarla, le tapaba bien con las cobijas, y desaparecía instantáneamente, sin que pudiese averiguarse por dónde había salido.

La paisana cayó de rodillas, y rezó un padre nuestro y una ave maría.

Después, se levantó, y se acercó, recelosa, á la cuna.

El niño dormía tranquilamente.