CARTA VI
¿Con que creéis, caballero, haberme opuesto un razo- namiento .: vencible, dicióndome que no somos due- ños de dar el corazón á quien queramos, y que por consiguiente no sois libre de escoger el objeto de vuestra devoción? ¡ Moral de ópera! Abandonad ese lugar común á las mujeres que creen diciéndolo justi- ficar todas sus debilidades. Preciso es que tengan algo á qué agarrarse : semejantes á aquel buen caba- llero de que habla nuestro amigo Montaigne que ata- razado por la gota hubiera sentido infinito no poder gritar : maldito jamón. Es un golpe de simpatía, diccn ellas, es más fuerte que yo... ¿Somos acaso dueños de nuestro corazón? Y á tan buenas razones ya no 06 permitido replicar. Han acreditado tanto estas máxi- mas que el tratar de combatirlas es echarse todo el mundo encima. Pero esas mismas máximas no en- cuentran tanta aprobación si no porque todos tienen interés en que sean aceptadas. Nadie desconfía de que semejantes excusas lejos de justificar las faltas, sean una confesión de que no queremos corregirnos. Por mi parte me tomo la libertad de no ser de la opi- nión de la multitud. Me basta que no sea imposible