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40 MEMORIAS SOBRE LA VIDA

le habían inspirado. No mirando el lado galante de Ninón, la encontraba perfecta; ambas aspiraban igual- mente al verdadero mérito y sus corazones tenían que sentir la dulzura de este lazo secreto, de esta simpatía que notaron entre sus espíritus.

Ninón no se enorgulleció de un suceso de que cualquiera otra se hubiera ensoberbecido quizás y que envidiaron seguramente todas las mujeres. El espectáculo de una reina filósofa la había asombrado, pero ol honor de recibirla en su casa, por muy hala- gúeño que fuera, no despertó su orgullo. El esplen- dor de las dignidades y el nacimiento no deslumbra los ojos que saben distinguir la verdadera luz de todos los falsos brillos que se le puedan ofrecer; el mérito real de Cristina fijó mucho más su aten- ción que una corona de que la reina había hecho tan poco caso. Ocurría con frecuencia á Ninón tratar de cosas vanas el escudo de Aquiles, el bastón de maris- cal de Francia y la Cruz de un Obispo.

Nunca los franceses habían sido tan galantes y espirituales. Una corte feliz y brillante que atraía” un joven héroe en el trono, sólo respiraba el placer bajo su mirada. La naturaleza debía agotarse por él en milagros de toda especie. Ya algunos prodigios habían anunciado la gloria de este monarca; y en- tonces surgían uno tras otro para hacer increíble á la posteridad la grandeza de los tiempos que iban á transcurrir.

Una paz ventajosa con España, un matrimonio, cuyas consecuencias previstas ya por el cardenal Mazarino, tenían que ser felices para Francia; el Aquiles del siglo, devuelto por el mismo tratado á su patria, á su principe y, sobre todo, á su gloria, ter- minaron todas las inquietudes de la corte. Todo fué