68 MEMORIAS SOBRE LA VIDA
que la castidad es una virtud, viendo en la injuria un vicio, quería Epicuro que la sobriedad fuesc una economía del apetito y que la comida que se hacía no pudiese perjudicar á la que se debía hacer... Pres- cindía en las voluptuosidades de la ingratitud que las precede y del disgusto que las sigue. »
M. de Saint-Eyremond podía tener este concepto de Epicuro; pero pintaba á su amiga con toda fide- lidad, y al trazar el retrato del filósofo griego se pin- taba él mismo.
Mile, de Lenclós debió reconocerse en el cuadro y se felicitaría, sin duda alguna, de parecerse tanto al más famoro sectario de la vokluptuosidad. « El buen sentido, úecía á sus amigas, no tiene otra mira que la de conseguir la felicidad, y para csto no hay más que gustar de todo sin prevención.» MU, de Lenclós nunca tuvo otras máximas y nunca fué infiel 4 las que profesaba; por eso se jactaba de conocer á fondo el precio de una vida voluptosa.
La obra que Saint-Evremond acababa de enviarle la había tranquilizado por completo respecto “al temor que tuvo de que no fuese, como se creía en París, el autor de las tristes Reflexiones sobre la doc- trina de Epicuro... Vió con alegría que continuaba siendo digno de su amistad y que su corazón era el mismo. La correspondencia que cambiaron en el resto de su vida fué una confidencia mutua de la felicidad de que gozaban — amar y gozar de los placeres á una edad en que los demás no respirando más que dis- gustos y fastidio los esparcen sin cesar alrededor de ellos.
Se recomendaban á las personas dignas de este honor. La condesa de Sandwich habla agradecidísima del servicio que la prestó Saint-Evremond procu-