cosa; solo Zadig adivinó que era la vida, y con la misma facilidad acertó los demas enigmas. Itobad decia al fin que no habia cosa mas fácil, y que con la mayor facilidad habria él dado con ello, si hubiera querido tomarse el trabajo. Propusiéronse luego qüestiones acerca de la justicia, del sumo bien, del arte de reynar; y las respuestas de Zadig se reputáron por las mas sólidas. Lástima es, decian todos, que sugeto de tanto talento sea tan mal ginete.
Ilustres señores, dixo en fin Zadig, yo he tenido la honra de vencer en el palenque, que soy el que tenia las armas blancas. El señor Itobad se revistió de ellas miéntras que yo estaba durmiendo, creyendo que sin duda le sentarian mas bien que las verdes. Le reto para probarle delante de todos vosotros, con mi bata y mi espada, contra toda su luciente armadura blanca que me ha quitado, que fuí yo quien tuve la honra de vencer al valiente Otames.
Admitió Itobad el duelo con mucha confianza, no dudando de que con su yelmo, su coraza y sus braceletes, acabaria fácilmente con un campeon que se presentaba en bata y con su gorro de dormir. Desnudó Zadig su espada despues de hacer una cortesia á la reyna, que agitada de temor y alborozo le miraba; Itobad desenvaynó la suya sin saludar á nadie, y acometió á Zadig como quien nada tenia que temer. Ibale á hender la cabeza de una estocada, quando paró Zadig el golpe, haciendo