maiz los Paraguayeses en escudillas de palo, y en campo raso al calor del sol, se metió el padre reverendo en la enramada. Era este un mozo muy galan, lleno de cara, blanco y colorado, las cejas altas y arqueadas, los ojos despiertos, encarnadas las orejas, roxos los labios, el ademan altivo, pero no aquella altivez de un Español, ni la de un jesuita. Fuéron restituidas á Candido y á Cacambo las armas que les habian quitado, y con ellas los dos caballos andaluces; y Cacambo les echó un pienso cerca de la enramada, sin perderlos de vista, temiendo que le jugaran alguna treta.
Besó Candido la sotana del comandante, y se sentaron ámbos á la mesa. ¿Con que es vm. Aleman? le dixo el jesuita en este idioma. Sí, padre reverendísimo, dixo Candido. Miráronse uno y otro, al pronunciar estas palabras, con un pasmo y una alteracion que no podian contener en el pecho. ¿De qué pais de Alemania es vm.? dixo el jesuita. De la sucia provincia de Vesfalia, replicó Candido, natural de la quinta de Tunder-ten-tronck. ¡Dios mio! ¿es posible? exclamó el comandante. ¡Qué portento! gritaba Candido. ¿Es vm.? decia el comandante. No puede ser, replicaba Candido. Ambos á dos se tiran uno á otro, se abrazan, y derraman un mar de lágrimas. ¿Con que es vm., reverendo padre? ¡vm., hermano de la hermosa Cunegunda; vm., que fué muerto por los Bulgaros; vm., hijo del señor baron; vm., jesuita en el Pa-