extrañó y mas satisfaccion le causó, fué el palacio de las ciencias, donde vió una galería de dos mil pasos, llena toda de instrumentos de física y matemáticas.
Habiendo andado en toda aquella tarde como la milésima parte de la ciudad, los traxéron de vuelta á palacio. Candido se sentó á la mesa entre Su Magestad, su criado Cacambo, y muchas señoras; y no se puede ponderar lo delicado de los manjares, ni los dichos agudos que de boca del monarca se oían. Cacambo le explicaba á Candido los donayres del rey, y aunque traducidos todavía eran donayres; y de todo quanto pasmó á Candido, no fué esto lo que le dexó ménos pasmado.
Un mes estuviéron en este hospicio. Candido decia continuamente á Cacambo: Ello es cierto, amigo mio, que la quinta donde yo nací no se puede comparar con el pais donde estamos; pero al cabo mi Cunegunda no habita en él, y sin duda que tampoco á tí te faltará en Europa una que bien quieras. Si nos quedamos aquí, serémos uno de tantos; y si damos vuelta á nuestro mundo no mas que con una docena de carneros cargados de piedras del Dorado, serémos mas ricos que todos los monarcas juntos, no tendrémos que tener miedo á inquisidores, y con facilidad podrémos cobrar á la baronesita. Este razonamiento petó á Cacambo: tal es la manía de correr mundo, de ser tenido entre los suyos, de hacer alarde de lo que ha visto uno