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CANDIDO,

reposado, y el paso sereno; la moza, que era muy linda, iba cantando, y miraba con enamorados ojos á su diaguino, el qual de quando en quando le pasaba la mano por la cara. Me confesará vm. á lo ménos, dixo Candido á Martin, que estos dos son dichosos. Ménos en el Dorado, no he encontrado hasta ahora en el mundo habitable mas que desventurados; pero apuesto á que esa moza y ese frayle son felicísimas criaturas. Yo apuesto á que no, dixo Martin. Convidémoslos á comer, dixo Candido, y verémos si me equivoco.

Acercóse á ellos, hízoles una reverencia, y los convidó á su posada á comer macarrones, perdices de Lombardía, huevos de sollo, y á teber vino de Montepulciano y lácrima-cristi, Chipre y Samos. Sonrojóse la mozuela; admitió el Franciscano el convite, y le siguió la muchacha mirando á Candido pasmada y confusa, y vertiendo algunas lágrimas. Apénas entró la mozuela en el aposento de Candido, le dixo: ¿Pues que, ya no conoce el señor Candido á Paquita? Candido que oyó estas palabras, y que hasta entónces no la habia mirado con atencion, porque solo en Cunegunda pensaba, le dixo: ¡Ha, pobre chica! ¿con que tú eres la que puso al doctor Panglós en el lindo estado en que le vi? ¡Ay, señor! yo propia soy, dixo Paquita; ya veo que está vm. informado de todo. Supe las desgracias horrorosas que sucediéron á la señora baronesa y á la hermosa