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HISTORIA ORIENTAL.

en el circo los mantenedores. Puso cada uno su mote á los piés del sumo mago: sorteáronse, y el de Zadig fué el postrero. Presentóse el primero un señor muy rico, llamado Itobad, tan lleno de vanidad como falto de valor, de habilidad, y de entendimiento. Habíanle persuadido sus sirvientes á que un hombre como el debia de ser rey, y él les habia respondido: Un hombre como yo debe reynar. Habíanle armado pues de piés á cabeza: llevaba unas armas de oro con esmaltes verdes, un penacho verde, y la lanza colgada con cintas verdes. Por el modo de gobernar Itobad su caballo, se echó luego de ver que no habia destinado el cetro de Babilonia á un hombre como él el cielo. El primer caballero que corrió lanza le hizo perder los estribos, y el segundo le tiró por las ancas del caballo á tierra, las piernas arriba, y los brazos abiertos. Volvió á montar Itobad, pero haciendo tan triste figura, que todo el anfiteatro soltó la risa. No se dignó el tercero de tocarle con la lanza; sino que al pasar junto á él le agarró por la pierna derecha, y haciéndole dar media-vuelta, le derribó en la arena; los escuderos de los juegos acudiéron á levantarle riéndose: el quarto combatiente le coge por la pierna izquierda, y le tira del otro lado. Conduxéronle con mil baldones á su aposento, donde conforme á la ley habia de pasar aquella noche: y decia, pudiendo apénas menearse: ¡Qué aventura para un hombre como yo!

 Tom. I.
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