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en tener con tanto sosiego delante de tus ojos la causa que hará que los míos vivan en perpetuo y doloroso llanto: llégate, llégate, cruel, un poco más, y enrede tu yedra a ese inútil tronco que te busca: peina o ensortija aquellos cabellos de ese tu nuevo Ganimedes, que tibiamente te solicita: acaba ya de entregarte a los banderizos años dese mozo en quien contemplas; porque perdiendo yo la esperanza de alcanzarte, acabe con ella la vida que aborrezco: ¿piensas por ventura, soberbia y mal considerada doncella, que contigo sola se han de romper y faltar las leyes y fueros que en semejantes casos en el mundo se usan? Piensas, quiero decir, que este mozo altivo por su riqueza, arrogante por su gallardía, inexperto por su edad poca, confiado por su linaje, ha de querer, ni poder, ni saber guardar firmeza en sus amores, ni estimar lo inestimable, ni conocer lo que conocen los maduros y experimentados años? No lo pienses, si lo piensas, porque no tiene otra cosa buena el mundo, sino hacer sus acciones siempre de una misma manera, porque no se engañe nadie sino por su propia ignorancia: en los pocos años está la inconstancia mucha; en los ricos, la soberbia; la vanidad, en los arrogantes, y en los hermosos, el desdén, y en los que todo esto tienen, la necedad, que es madre de todo mal suceso: y tú, ¡oh mozo!, que tan a salvo piensas llevar el premio más debido a mis buenos deseos que a los ociosos tuyos, ¿por qué no te levantas dese