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los muchos que me aconetieron atendían no más de a defenderse, como quien se defiende de un loco furioso, o si fué mi buena suerte y diligencia, o el cielo que para mayores males quería guardarme, porque, en efecto, herí siete u ocho de los que hallé más a mano: a Cornelio le valió su buena diligencia, pues fué tanta la que puso er los pies, huyendo, que se escapó de mis manos; estando en este tan manifiesto peligro, cercado de mis enemigos, que ya, como ofendidos, procuraban vengarse, me socorrió la ventura con un remedio, que fuera mejor haber dejado allí la vida, que no restaurándola por tan no pensado camino venir a perderla cada hora mil y mil veces; y fué que de improviso dieron en el jardin mucha cantidad de turcos de dos galeotas de cosarios de Viserta, que en una cala que allí cerca estaba habían desembarcado sin ser sentidos de las centinelas de las torres de la marina, ni descubiertos de los corredores o atajadores de la costa; cuando mis contrarios los vieron, dejándome solo, con presta celeridad se pusieron en cobro: de cuantos en el jardín estaban, no pudieron los turcos cautivar más de a tres personas, y a Leonisa, que aun se estaba desmayada; a mi me cogieron con cuatro disformes heridas, vengadas antes por mi mano con cuatro turcos que de otras cuatro dejé sin vida tendidos en el suelo: este asalto hicieron los turcos con su acostumbrada diligencia, y no muy contentos del suceso se fueron a embarcar, y luego