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se hicieron a la mar, y a vela y remo en breve espacio se pusieron en la Fabiana: hicieron reseña por ver qué gente les faltaba, y viendo que los muertos eran cuatro soldados de aquellos que ellos llaman Levantes, y de los mejores y más estimados que traían, quisieron tomar en mf la venganza, y así mandó el arraez de la capitana bajar la entena para ahorcarme. Todo esto estaba mirando Leonisa, que ya había vuelto en sí, y viéndose en poder de los cosarios, derramaba abundancia de hermosas lágrimas, y torciendo sus manos delicadas, sin hablar palabra, estaba atenta a ver si entendía lo que los turcos decían; mas uno de los cristianos del remo le dijo en italiano cómo el arraez mandaba ahorcar aquel cristiano, señalándome a mí, porque había muerto en su defensa a cuatro de los mejores soldados de las galeotas; lo cual ofdo y entendido por Leonisa, la vez primera que se mostró para mí piadosa, dijo al cautivo que dijese a los turcos que no me ahorcasen, porque perderían un gran rescate, y que les rogaba volviesen a Trápana, que luego me rescatarían; ésta, digo, fué la primera, y aun será la última caridad que usó conmigo Leonisa, y todo para mayor mal mío.

Oyendo, pues, los turcos lo que el cautivo les decía, le creyeron, y mudóles el interés la cólera. Otro día por la mañana, alzando bandera de paz volvieron a Trápana; aquella noche la pasé con el dolor que imaginarse puede, no tanto por el que mis heridas me causaban, cuanto por imaginar el peligro en