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que la cruel enemiga mía entre aquellos bárbaros estaba. Llegados, pues, como digo a la ciudad, entró en el puerto la una galeota, y la otra se quedó fuera; coronóse luego todo el puerto y la ribera toda de cristianos, y el lindo de Correlio, desde lejos, estaba mirando lo que en la galeota pasaba; acudió luego un mayordomo mío a tratar de mi rescate, al cual dije que en ninguna manera tratase de mi libertad sino de la de Leonisa, y que diese por ella todo cuanto valía mi hacienda, y más le ordené que volviese a tierra, y dijese a los padres de Leonisa, que le dejasen a él tratar de la libertad de su hija, y que no se pusiesen en trabajo por ella. Hecho esto, el arra ez principal, que era un renegado griego llamado Yzuf, pidió por Leonisa seis mil escudos, y por mí, cuatro mil; añadiendo que no daría el uno sin el otro: pidió esta gran suma, según después supe, porque estaba enamorado de Leonisa, y no quisiera él rescatarla sino darle al arraez de la otra galeota, con quien había de partir las presas que se hiciesen por mitad, a mí, en precio de cuatro mil escudos, y mil en dinero, que hacían cinco mil, y quedarse con Leonisa por otros cinco mil; y esta fué la causa porque nos apreció a los dos en diez mil escudos. Los padres de Leonisa no ofrecieron de su parte nada, atenidos a la promesa que de mi parbe mi mayordomo les había hecho: ni Cornelio movió los labios en su provecho; y así, después de muchas demandas y respuestas, con-