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gado las dos galeotas a la isla de la Pantanalea, por la parte del mediodía, los turcos saltaron en tierra a hacer leña y carne, como ellos dicen, y más cuando vi que los arraeces saltaron en tierra, y se pusieron a hacer las partes de todas las presas que habían hecho; cada acción desta fué para mí una dilatada muerte; viniendo, pues, a la partición mía y de Leonisa, Yzuf dió a Fetala (que así se llamaba el arraez de la otra galeota) seis cristianos, los cuatro para el remo, y dos muchachos hermosísimos, de nación corsos, y a mí con ellos, por quedarse con Leonisa, de lo cual se contentó Fetala; y aunque estuve presente a todo esto, nunca pude entender lo que decían, aunque sabía lo que hacían, ni entendiera por entonces el modo de la partición, si Fetala no se llegara a mí y me dijera en italiano: "Cristiano, ya eres mío; en dos mil escudos de oro te me han dado; si quieres libertad, has de dar cuatro mil, si no acá morir." Preguntéle si era también suya la cristiana: dijome que no, sino que Yzuf se quedaba con ella, con intención de volverla mora y casarse con ella.

Y así era la verdad, porque me lo dijo uno de los cautivos del remo que entendía bien el turquesco, y se lo había oído tratar a Yzuf y a Fetala.

Díjele a mi amo que hiciese de modo como se quedase con la cristiana, y que le daría por su rescate sólo diez mil escudos de oro en oro. Respondióme no ser posible; pero que haría que Yzuf supiese la gran suma que le ofrecía por la cris-